Me gusta creer, que aunque voy cumpliendo
años, y la cifra ya no es tan fácil de pronunciar, yo me siento llena de vida,
de alegría, y cada vez más, de seguridad.
De tal modo que me miro en el espejo, y si
no me pongo las gafas, hasta me gusto.
Esto último es broma, nunca me ha
gustado ver mi reflejo en los espejos. Desgraciadamente tengo bastantes
complejos, y desgraciadamente creo que no son infundados.

Sin embargo, como en aquella frase hecha
que siempre me hizo tanta gracia, la de que hace un día estupendo, pero seguro
que viene alguien y lo jode, pues igual me pasa a mí, con esta sensación de paz conmigo misma, siempre
termina viniendo alguien que me la
machaca.
Y claro, como yo estoy tan llena de vida,
tan eufórica y llena de seguridad en mí misma, voy y entro al trapo.
¿Por qué determinadas personas me
sacan de mi placidez, por decirlo finamente, y hacen aflorar lo peor de mí?

Y después, en frío, me veo ridícula, me
arrepiento, y aún sabiendo que llevo razón, creo que no ha sido la forma de
hacerlo ver. Sencillamente me puse a su altura, di el espectáculo y… si esto te
ocurre en el trabajo, digamos que has cavado tu propia tumba. Porque después de
mi pronto, que es una fachada, no tengo la picardía o la maldad, para rematar
la jugada.
Conclusión, me amargaron el día, o varios
días. No conseguí nada, o sí, caer en desgracia.
Y caer en la desgraciada cuenta de que
cumplir años, solo ha servido para que mi nariz, tan hermosa (enorme), tenga un
sentido en mi cara: el de sujetarme las gafas…
Asun®27 de junio de 2013