Hablemos de música. Yo no puedo
decir que tenga oído musical, no sabría distinguir si lo escuchado es un do, o
un re, y me perdería entre bemoles, palabrita que francamente me trae a la
cabeza otras imágenes (no precisamente musicales). Voz, no tengo, o mejor dicho
lo que no tengo es entonación, vamos que si canto o tarareo algo es mejor que
no haya nadie a mi alrededor.
Tampoco se interpretar un pentagrama, a
duras penas aprendí su significado en los años de instituto.
Pero me resulta encantador ver el baile de
redondas, blancas o negras por encima o por debajo de las cinco líneas que lo
componen.

Estas figuras, las negras, son por fuerza
coquetas, y a veces se adornan con una o varias cintas, cuyas puntas ondean por
el soplo de algún viento que solo ven y sienten ellas. Se convierten así en
corcheas o fusas. También bailan entre todas ellas unos alegres silencios,
diferentes en duración y forma, según a quien acompañen.
En fin a pesar de mi ignorancia musical,
lo cierto es que disfruto y vivo la música con gran pasión.
Me emociona. Me traspasa, y me
transporta.
Me hace viajar más rápido que los aviones,
barcos o trenes. Río, lloro, cambio de humor y es la mejor compañera de tardes
de paseo. Me aligera los trabajos pesados,
y me trae a la memoria los días felices. Y los más tristes también. Porque
todos los acontecimientos de mi vida van asociados a ella, a músicas y
canciones.
En ese baúl imaginario donde voy guardando
todo lo importante de mi vida, estas músicas y canciones son el terciopelo que
forra sus paredes y suelo.
De
modo que cual caja de música, suenan siempre que con motivo o sin él, lo abro
para hacer inventario de mis tesoros.
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Asun©27 de septiembre de 2013