Él,
maravillado, se daba la vuelta para disimular la emoción que arañaba sus ojos y
que sin poder evitarlo le hacía llorar.
Magdalena había sido una pequeña huérfana
rescatada de un campo de refugiados veinte años atrás. Sin embargo parecía que no
podía, o quizá no quería recordarlo y jamás hablaba de ello. Aunque él, sospechaba
que no había quedado del todo atrás porque una sombra invisible cubría a veces
sus ojos, tan limpios, y un halo de extraña melancolía la envolvía en
ocasiones. Entonces respetaba su soledad, esperando paciente a que el color y
la sonrisa volvieran a su cara, tan perfecta.
Hasta que había nacido su hijo,
desde entonces cada noche, ella besaba la pelusilla de su cabeza, aspiraba su
olor dulce y meciéndole le canturreaba en aquél desconocido idioma.
Asun©15 de diciembre de 2016
Imagen recogida de la red.
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