El universo botánico me era tan ajeno como lo podía ser una base de seguimiento espacial, sabía de su existencia pero hasta ahí llegaban mis conocimientos.
De modo que cuando mi vecina me pidió el favor de cuidarle su rosal durante una mañana haciendo hincapié en “que nunca me lo habría pedido de no contar con nadie más”, acepté, visualizando algo así como los geranios de mi abuela.
Comenzó a darme instrucciones que además traía por escrito. Luego pasamos a ver su balcón y aquella única rosa.
Si hubiera entrado en la mencionada estación espacial, no me habría causado tanta impresión como aquella maraña de cables, goteos, termómetros, válvulas, parasoles, lupas, ventiladores, humificadores, deshumidificadores etc.
Su florecilla en cuestión tenía ya varios premios nacionales e internacionales y optaba al más preciado: un millón de euros, otorgado a su color. Un color rosa, para mi gusto, desvaído.
Yo debía vigilar que aquel despliegue técnico no fallara.
Al día siguiente así lo iba a hacer, cuando al contemplarla de nuevo hubiera jurado que me observaba como yo a ella, con atención, con curiosidad, mientras su brillo se acentuaba… ¿se ruborizaba?
Entonces escuché, cual dulce canto de sirena, su voz:
— ¡Por favor! ¡Libérame!
Imagen: Mª Asunción Buendía
Relato para Esta Noche Te Cuento
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