Cuando nació supe que era diferente.
No necesité la confirmación de un experto doctor a través de un extenso informe.
Era simplemente especial. Sobre todo
porque era libre. Hasta para elegir sus propias palabras era libre. En realidad
no las elegía, las inventaba. En su entusiasmo eternamente infantil repetía una
para lo imprescindible, fueran cosas o personas. ¡Es mi farolito!, ¡Es mi
farolita! y su farolita principal era yo, su madre.
Nunca hubo palabras ni expresión que
me emocionaran, me llenaran y me fueran más necesarias que esas, pronunciadas
con esa sinceridad solo posible en seres como ella.
Contra todo pronóstico, la niña
alcanzó un nivel de desarrollo óptimo. De nuevo un informe médico la calificaba
con sus palabras rebuscadas y extrañas de estar entre los parámetros de la
normalidad.
Hoy nos encontrábamos sentados en el
patio de butacas del gran anfiteatro de la universidad, esperando a que
recogiera su título y diploma de mención de excelencia.
Al recogerlo pronunció un discurso con
dicción impecable y palabras perfectas, cuyo final fue:
- Pero
sobre todo debo agradecer el estar hoy aquí a una mujer, mi madre, mi ejemplo a
seguir, la que es y será siempre ¡MI FAROLITA!
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Asun© 7 de noviembre de 2013
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