Hace más el que quiere que el que puede.
Bonitas palabras que yo no creía.
Hoy tengo delante la prueba de que la voluntad y el
esfuerzo, puede casi mover montañas, y seguro alcanzar sus cimas.
No hablo de escaladores, no. Más bien de
bailarines, o de uno en particular. Desde niño demostró un gran sentido de
ritmo. Luego esto se convirtió en una diversión y una ocupación, a caballo
entre una solución en esa búsqueda de terapias y el simple entretenimiento.
Ocio y
necesidad. Niños especiales, diferentes. Pero niños reales, niños para toda la
vida, aunque vayan cumpliendo años. Niños aceptados en nuestro mundo (gracias a
Dios), pero ¿integrados en nuestra sociedad? No tanto, porque ellos no pueden
hacer frente a la vida en condiciones de igualdad, porque su realidad es
diferente.
Por ello tengo que destacar el valor de mi
protagonista, ha encontrado en el baile su leitmotiv, su razón y su meta. Pero él
es diferente, su cuerpo es disciplinado y tiene condiciones innatas para
destacar en la danza, amén de una fuerza de voluntad de hierro. Un incansable
impulso le lleva a esforzarse a levantar esa pierna un poco más, a estirar su
columna hasta casi el límite posible, y a repetir figuras cada vez con un
poquito más de perfección.
Una delicia y a la vez un sufrimiento verle
evolucionar y entrenar. Pero ante todo un orgullo.
Orgullo de padres, orgullo de familiares,
orgullo de amigos, y orgullo de cualquiera que aún no conociéndole de antes le
vea bailar, o simplemente se acerque a conversar con él. Conversar, hacerlo con
él es otra cosa, es casi una aventura, te contagiará el entusiasmo por todo, te
hará sin remedio reír, terminará abrazándote o dándote un beso, y quedarás
rendido a sus pies, pensando que has estado con un ser extraordinario. Un sabio
o un ángel, o simplemente alguien que sabe de verdad lo que es vivir.
Pero su cabeza no está amueblada como las del
resto, tiene una habitación vacía, la de su memoria. Lo que aprende hoy, lo
olvida mañana, alguien le roba lo que con tanto esfuerzo él guarda en ese
cuarto. Y al día siguiente la habitación vuelve a estar vacía.
Ahora quiere seguir adelante en su formación, que ya no es
un simple entretenimiento, sino que quiere ser su carrera, su ocupación en la
vida. Y quiere llegar a ser bailarín, con su titulo y para ello practica y
entrena a diario.
Pero los bailarines también estudian y él ha
tenido que hacer una prueba, un examen teórico, él lo dice con orgullo: se
llama teoooorico, y todos sufrimos, porque ¿logrará memorizar lo necesario?
Pues lo logró, o al menos lo ha intentado,
aún no sabemos los resultados, pero ha trabajado duro. Días de machacar y días
de desesperación al ver que todo se revuelve: irónicamente lo aprendido baila
en su cabeza y se mezcla, las fechas se confunden o simplemente no queda rastro
de ellas en su cerebro. Pero finalmente hizo la prueba y parece que no tan mal.
Esperamos que la haya superado y en cualquier
caso no podemos más que decir:
¡ FELICIDADES IVÁN !
Y dar gracias infinitas por tener la suerte
de tenerte en nuestra familia y de que tú nos quieras tanto.
Asun©1 de febrero de 2014