¡Cuánta fuerza y
qué poca puntería! Era lo que me decía mi padre, cada vez que despachaba a algún
mozo con cajas destempladas. Siempre fui tan temperamental como impetuosa. Para
bien o para mal, invertía el orden de los factores. Primero actuaba, luego
pensaba y el resultado si que alteraba el producto. Con los años aprendí a
contar, hasta diez, hasta cincuenta, me volví dócil, pacientemente sumisa. En
boca de los demás, simplemente con él encontré la horma de mi zapato. Hasta hoy.
Cincuenta y uno, cincuenta
y dos… suficiente, se acabó. O lo mato yo, o tendré que morir en sus brazos.
Asun©16/09/15