El
lápiz con el que ella, cada mañana, se lo dibujaba estaba allí. Lo recogió y lo
guardó en el bolsillo. Confiaba en que nadie le viera hacerlo, inmersos como
estaban en el trasiego de policías, personal de urgencias e incluso algún
vecino con malsana curiosidad disfrazada de “puedo ayudar en algo”. Llegó el
juez, jueza en este caso. Observó el mortal orificio del cráneo. Él, aturdido,
respondió a sus preguntas, todas ellas previsibles.
Excepto la que cuando, ya al marcharse,
hizo distraídamente al forense ¿Crees que se seguirán vendiendo los “Parfaits
crayons”? Un sonido seco de madera al partirse llenó la habitación. Sí,
evidentemente, se vendían todavía.
Asun®14/09/2016
Muy buen final. Buena apuesta, nos seguimos leyendo.
ResponderEliminarBesicos muchos.
Muy buen final. Buena apuesta, nos seguimos leyendo.
ResponderEliminarBesicos muchos.
Graciasss madrugadora. Me gustan mucho los relatos y novelas policíacos, así que porqué no darle ese toque.
EliminarBesos
Los objetos más inocentes pueden ser armas homicidas, todo depende de las manos en las que caigan.
ResponderEliminarUn abrazo, Asun
Gracias Ángel, sin duda tienes razón.
EliminarMil gracias por comentar, un besazo
Muy buen relato. Yo también tengo "parfaits crayons" pero sólo para escribir.
ResponderEliminarSaludos
Gracias Isidro por pasar y comentar.
EliminarUn abrazo