— Bienvenida, esta es tu casa.
Las mujeres se hicieron a un lado y a otro,
dejando un pasillo por el que Helena avanzaba tímidamente.
Todas ellas se reconocieron en esos pasos
cortos, en su cabeza baja y en su mirada vacía.
El silencio pesaba como losa lapidaria. Pero
el nudo que apretaba sus gargantas era demasiado fuerte y simplemente acercaron
sus manos con caricias breves, aunque llenas de fuerza.
Cerró la puerta tras de sí y se tendió en la
cama. Poco a poco la oscuridad se adueñó de la habitación. Unos golpes en la
puerta, se estremeció, alguien preguntaba si podía entrar. No contestó, quería
hacerlo, pero al abrir la boca solo salió un gemido y sus ojos dejaron escapar
el torrente que llevaban años conteniendo. El gemido fue sollozo y el sollozo
llanto y el llanto dolor. Dolía mucho, más que las palizas, más que los
insultos y tanto como el miedo.
Desde afuera sus compañeras respetaron ese
dolor y su soledad.
Sintió una tibieza y una paz extrañas. Abrió
los ojos. Un rayo de sol. Jugó con él entre sus dedos, mientras recordaba donde
estaba.
La isla de las mujeres, el refugio.
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Asun©5 de mayo de 2014
Gracias por visitarme desde Brasil, también me gusta escribir como a ti.
ResponderEliminarvisitaré tu blog y seguro que me gustará mucho,
Saludos