l viejo seguía pescando.
Desde que había descubierto su vocación tardía, no quería hacer otra cosa. De nada servían las palabras de sus hijos, ni los consejos de los médicos. Pero comer solo lo que pescaba suponía no estar bien alimentado, e invertir tantas horas sentado en esa absurda tarea, estaba acabando por anular sus piernas.
La pequeña comitiva caminaba con paso decidido por la residencia de ancianos. La formaban dos médicos, tres enfermeras, los dos hijos y los hijos de estos, nietos del anciano.
Ya en el comedor se acercaron a él. Allí estaba, con su plato de sopa, pescando fideos, uno por uno. Llevaba ya dos horas en la faena, había pescado 25. Todo un récord, dado su avanzado parkinson. Ayer en todo el día consiguió 30. Los cuales tenía convenientemente dispuestos en una servilleta de papel con la fecha. Eran sus trofeos.
Al verlos entrar se alegró mucho y les mostró orgulloso el ejemplar tan grande que acababa de sacar del amarillento océano de caldo.
— Llegáis justo a tiempo, venga hacedme una foto.
Orgulloso, cogió el trocito de pasta con sus dedos, lo puso a la altura de su cara y sonrió para inmortalizar el momento.
Asun©14 de abril de 2014
Orgulloso de sus logros, lo que para alguno es una tontería para otros es un mundo. Un abrazo
ResponderEliminarAsí es, él en su mundo sentía que era una gran proeza.
EliminarUn abrazo fuerte
En mundo era maravilloso ademas feliz
ResponderEliminarEl mundo puede ser todo lo complicado que nosotros queramos.
EliminarBesos
Buenísimo. Dejemos que los ancianos vivan como quieran.
ResponderEliminarClaro que sí, pero siempre que estén controlados, al menos en su salud.
EliminarBesos