Amanecía.
Nunca deseó tanto ver la
claridad que daba color al horizonte, perfilando poco a poco las siluetas de
los montes circundantes. Pudo contemplar la dimensión de sus heridas. Si
esperaba que todo hubiera sido un sueño, ahora tenía la prueba de su realidad.
Pero
estaba a salvo, aquel árbol tenía un hueco donde había pasado la noche, entre
aullidos y la lucha por controlar la sangre que manaba de su cuerpo.
Los
aullidos habían cesado. Asomó la cabeza unos centímetros. Le llegó una ráfaga
tibia de nauseabundo aliento, acompañada de un gruñido bestial y la última
imagen que vería en vida: unos enormes colmillos que la atravesaron con
implacable rapidez.
®Asun 30 de mayo de 2013
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