El pequeño haz de luz que se
colaba por la rendija de la puerta, deslumbraba más que nunca el interior del
sótano.
Aunque alumbraba el mismo trocito
de pared de siempre, hoy no era el mismo, era un inmenso rectángulo vacío.
Y el vacío era tan grande, que
por primera vez deseó ser otra cosa distinta a lo que era. Ya no quería ser la
orgullosa copia de un cuadro. Pintado por no se sabe quién, y no se sabe cuándo,
ni dónde.
Ahora hubiera querido tener ojos,
para cerrarlos y no ver ese lugar donde antes descansaba, tranquila y feliz, su
compañera. Esa otra copia. Su preciosa sonrisa ya no se dirigiría hacia él, como
cada día desde hacía tantos años. Y aunque no tenía ojos, no podía dejar de llorar,
desde que aquellos hombres extraños se la robaron.
-.-.-.-.
-Aquí está otra vez este pequeño charco. Hemos revisado todo, no sé de dónde
demonios puede salir, no hay humedades, ni tuberías, la temperatura es
constante, y las paredes no han sufrido ningún desperfecto en su tratamiento
aislante para no dañar a los cuadros. Y lo curioso es que lo que parece gotear es este
cuadro.
Los empleados del museo del
Prado, revisaban aquella parte del sótano, de donde hacía unos meses habían
trasladado el lienzo de la Gioconda española.
Asun® 3 de noviembre de 2012