Empezó a pensar en un nuevo teorema. El
último que había llamado: Caída libe del músculo buccinador, no tuvo una
acogida acorde a lo que se esperaba.
Claro que la culpa fue de la confusión
mañanera de la asistenta. Si los envíos hubieran llevado la dirección correcta
todo hubiera salido bien.
Las monjitas que atienden a su padre no habrían recibido un tratado
incomprensible y con ciertas fotografías, cuando menos, desagradables y
escabrosas. Y el jurado de los nobel en Suecia no habría pasado el bochorno de
inspeccionar las mudas de su padre. Aunque, eso sí, al menos eran nuevas.
Asun©11
de noviembre de 2014
Imagen cogida de la red